12.4.07

Un tipo auténtico


Érase una vez un tipo auténtico.

No era educado. Solía comer con la boca abierta y estornudar aparatosamente, sin pañuelo. En ocasiones hacía las dos cosas a la vez, con resultados de evidente y desastrosa repugnancia.

Pero era un tipo auténtico.

No era amable. Si un ciego le pedía ayuda para cruzar un semáforo, le dejaba sin compañía a la mitad del trayecto. Si una ancianita se interponía en su camino, la apartaba de un empujón y una vez en el suelo normalmente la pateaba con ferocidad. Si esto ocurría en un callejón solitario no se privaba, por último, de orinarle en la cabeza.

Pero era un tipo auténtico.

No era limpio. Jamás se lavó las manos tras sus incursiones en lavabos públicos. Su olor corporal era realmente desagradable. Su indumentaria, bochornosamente hortera.

Pero era un tipo auténtico.

No era fiel. Engañó a todas sus parejas. Frecuentaba clubs de alterne sin remordimiento alguno. Era tan infiel que no se conformaba con engañar a sus novias, sino que llegaba incluso a engañar a las putas.

Pero era un tipo auténtico.

No era solidario. En una ocasión le pidieron una firma para salvar de la leucemia a un niño recién nacido. Tras conocer que la suya era la última necesaria, se hizo por la fuerza con las anteriores y las destruyó en el acto. Posteriormente adujo: "Así no tendréis que buscar más."

Pero era un tipo auténtico.

No era equilibrado. Solía masturbarse con el retrato de su madre muerta. Ver números cómicos con enanos le provocaba indefectibles erecciones. Solía vérsele cerca de guarderías y colegios de primaria, magreándose la entrepierna sin ningún tipo de disimulo. En una ocasión se hizo pasar por el padre de una niña mongólica y cuando la conducía a las afueras de la ciudad fue interceptado por la policía.

Pero vieron que era un tipo auténtico, y lo soltaron.