10.11.06

Don Sigifredo, maestro del horror

En la vida de todo genio existe un mentor que de una forma u otra le marca de por vida. Para Platón fue Sócrates, para Nietzsche, Hume, y para Mozart, Bach. Como el pensador fundamental de nuestro siglo que soy, mi caso no podía ser menos, y también yo tuve un instructor que me previno de los peligros de una sociedad hostil, que me mostró en toda su crudeza la naturaleza esencialmente malvada del hombre, que me preparó para el enfrentamiento contra el caos incesante y perverso de un mundo enfermo de egoísmo. Aquel prohombre se llamaba Don Sigifredo, y era mi maestro en 3º de EGB.
Don Sigifredo contaba con todo un arsenal de sofisticadas tácticas psicológicas de disuasión. La más brillante era sin duda la "historia verídica". Consistía en la narración de sucesos que tenían lugar en su barrio, de primera mano y con todo lujo de detalles, y que a modo de cuentos morales nos ayudaban a comprender lo terrible y peligroso que era nuestro entorno.
"El otro día en mi barrio una niña que iba jugando tocó una farola y quedó prendida por una derivación eléctrica."
A continuación aportaba una explicación detalladísima de cuanto había ocurrido a la criaja:
"La lengua se le hinchó hasta no caberle en la boca y romperle la mandíbula, los ojos explotaron en sus órbitas dejándole un reguero sanguinolento en las mejillas, su carne se ennegreció y resquebrajó, y la sangre se le cuajó en nariz, garganta y oídos, asfixiándola en una muerte lentísima, hasta que su corazón se incendió como una bomba en la caja torácica."
Nosotros escuchábamos aquella galería de barbaridades totalmente horrorizados y fascinados. Nadie se preguntaba por el hecho de que todas las desgracias del mundo ocurrieran en su barrio, y exclusivamente a niños que jugaban alegremente en la calle. Al fin y al cabo eran "historias verídicas". ¿Por qué habría de mentirnos el hombre en quien nuestros padres delegaban su entera confianza a la hora de administrar nuestra educación?
"Hace tiempo, en mi barrio, un coche se paró al lado de un niño que jugaba al fútbol, y el conductor le ofreció un caramelo. Desoyendo el consejo de sus padres de no aceptar nada de desconocidos, el niño cogió el caramelo y se lo comió. En la merienda el niño se sentía mal. Poco después empezó a vomitar sangre, y cuando llegaron al hospital ya había muerto ENVENENADO."
Por entonces Don Sigifredo era un hombre respetado por niños y padres. Si hoy un maestro hiciera esto, los mecanismos de la asociación de padres de turno se pondrían en marcha y se le abriría un expediente que podría acabar con su carrera. Igual que si fuera un alcohólico violento, invitara a heroína a sus alumnos o se jodiera a su gato delante de ellos.
En una ocasión, volvíamos del recreo y para silenciarnos contó una "historia verídica" que había tenido lugar años antes, precisamente en aquel mismo aula: de tanto golpear su mesa con una regla de madera (su técnica para hacernos callar), el instrumento se había partido en dos, con la mala suerte de que una de las mitades había ido a clavarse en el ojo de uno de sus alumnos, atravesándole el cerebro y causándole una muerte instantánea. Para ratificar la veracidad de su historia, nos mostró la regla, que en efecto presentaba una fractura en uno de sus extremos. Enloquecidos de pánico, asistimos por primera vez al despliegue de aquel universo de terror en directo. Y estábamos tan acostumbrados a creerlo todo que tampoco entonces osamos hacer preguntas. Don Sigifredo había desatado en la intimidad de nuestra aula el vórtice del mal, el infierno que por naturaleza tenía parcela en su barrio. El mensaje estaba claro: nadie estaría seguro allí si no seguíamos las reglas. Si fuera un narrador norteamericano contando su infancia diría que desde entonces nada volvió a ser lo mismo, pero qué diablos. Sí que fue lo mismo. Nadie cambió de niño a hombre por aquella absurdez.
Hace poco me llegó la noticia de que aquel fabulador de lo terrible disfrazado de maestro indefenso y tembloroso había muerto enfermo de Parkinson en un asilo, perdido de la mano de los hombres, olvidado. Don Sigifredo pudo escapar con vida a los horrores de su barrio, pero descubrió que había horrores aún peores más allá de sus fronteras. Su muerte fue para mí su última historia verídica, con todos los rasgos comunes a su colección de relatos, sin sensiblerías ni moñeces. Estoy seguro de que se fue matando, traumatizando de por vida a los celadores, socavando la líbido de la directora, ocasionando el mayor número de infartos entre los residentes con sus "historias verídicas"… Aunque quién sabe. Tal vez simuló su muerte para darnos a todos una última lección.

13 comentarios:

Kelzor dijo...

(Aplausos)

refoworld dijo...

Haga algo con su plantilla, con el tipo de letra, con la estética, busque otra plantilla. Me he dejado los ojos leyendo esto.

PUTA.

Un abrazo.

Juanjo Iglesias dijo...

Con gran dolor para mi nula humildad debo decir que siempre es un honor recibir consejos de una personalidad como la suya. En breve empezaré a desarrollar el concepto estético como es menester. Deme tiempo. Le daré resultados.

Anónimo dijo...

¡TUTEAROS, JODER!

Anónimo dijo...

Hola Mutis, hola espanis. Graciosa e inquietante historia. Muy bien tio.
Hola al resto también.

Chespiro dijo...

¡Ay, Don Sigifredo! Prez y honra de los educadores.
La verdad es que este señor compaginaba su faceta más terrible y sangrienta con la del abuelito entrañable que a todo niño le gustaría tener (lo cual lo hacía más tétrico, claro).
De todas formas, era un gran educador.
Menos mal que nos pilló con sólo ocho años...¿Se imaginan las historias de espinillas que explotan y médulas secas que habríamos padecido si nos hubiera "tutoreado" siendo adolescentes?

Unknown dijo...

Es tan verídico como irónico.

Un saludo desde La Bellota!

Juanjo Iglesias dijo...

Mi amigo del alma Chespiro, don Sigifredo no sólo fue un gran educador. Es el mejor que ambos hemos tenido en nuestra intensa vida académica, y usted lo sabe.

Bienhallado sea, Ru8in, autor de uno de los blogs de obligada referencia en el desquiciado prostíbulo de Internet. Su presencia honra esta casa, pero olvídese de mi hija adolescente.

La-Ruina dijo...

Don Juando, es Vd. una PUTA.

Juanjo Iglesias dijo...

No espero que me lo agradezca ahora. No tengo prisa.

Morgaana dijo...

Buena historia, podias sacar un corto de ahí.

Kelzor dijo...

¡Uuuuuuhhh...!
¡Juanjo, eso ha sonado a RETO!

Queco dijo...

Pues sí, muy buena historia. A mí esas cosas quien me las contaba eran mis abuelos y padres, que siempre han sido bastante tétricos y retorcidos. Así hemos salido mi hermana y yo.